Brasil está harto de los constantes desplantes bolivianos en su contra, un fenómeno de insolencia y provocación que se debe tanto a la imprudencia estratégica de Morales
Se dice que la diplomacia brasileña es como una ballena: se mueve lentamente, pero nadie quiere recibir sus coletazos. Bolivia acaba de comprobarlo. En los últimos días, Brasil “recordó” un incidente de hace dos años y con ello echó por tierra la estrategia del Gobierno boliviano de sacarle el mayor rédito político a lo sucedido el 2 de julio, cuando varios gobiernos europeos desviaron y revisaron el avión del presidente Evo Morales, movidos por la chapucera sospecha de que en él viajaba el prófugo estadounidense Edward Snowden.
¿Qué “recordó” Brasil? Que años atrás la policía boliviana había inspeccionado tres veces aviones oficiales brasileños, entre ellos, en octubre de 2011, el del ministro de Defensa Celso Amorim, quien, entrevistado por la Folha de Sao Paulo, calificó el procedimiento boliviano como “abusivo, lamentable y condenable”. Es decir, Brasil mostró al mundo que el Gobierno boliviano había hecho algo parecido a aquello por lo que acababa de poner a los gobiernos europeos en la picota del escarnio, hasta lograr una disculpa pública de Francia y España, y luego darse el lujo de considerarla “insuficiente”.
¿Qué “recordó” Brasil? Que años atrás la policía boliviana había inspeccionado tres veces aviones oficiales brasileños, entre ellos, en octubre de 2011, el del ministro de Defensa Celso Amorim, quien, entrevistado por la Folha de Sao Paulo, calificó el procedimiento boliviano como “abusivo, lamentable y condenable”. Es decir, Brasil mostró al mundo que el Gobierno boliviano había hecho algo parecido a aquello por lo que acababa de poner a los gobiernos europeos en la picota del escarnio, hasta lograr una disculpa pública de Francia y España, y luego darse el lujo de considerarla “insuficiente”.
Como es lógico, la revelación brasileña sumió a las autoridades bolivianas en la perplejidad. Cuando salió a la luz bajo la forma de una filtración a la prensa, éstas la consideraron “una broma”. Pero luego el Ministerio de Defensa de Brasil y el propio Amorim la confirmaron, lo que las obligó a aceptar los hechos, para de inmediato atribuirlos a un “error” del personal encargado de la seguridad de los aeropuertos. Recurrieron así al mismo expediente que usó Francia para justificar su negativa a autorizar que el avión de Morales entrara en su espacio aéreo.
De modo que aquello que el Gobierno había considerado un inverosímil pretexto francés, ahora es su propia justificación ante el Brasil… La vida da vueltas.
Lo más interesante, sin embargo, no es comprobar una vez más el doble discurso del Gobierno de Bolivia, sino preguntarse por qué Brasil denunció (o confirmó, que para el caso es lo mismo) un incidente que hasta aquí había mantenido en secreto. ¿Por qué la ballena sopló un chorro de agua helada contra La Paz?
La presidenta Dilma Ruseff apoyó a Morales en su última batalla simbólica contra las “fuerzas imperialistas”. Si las relaciones entre Brasil y Bolivia hubieran sido normales, probablemente el incidente de 2011 se habría convertido en una de las tantas anécdotas que los diplomáticos brasileños que trabajaron en La Paz se cuentan, entre risas, en sus comidas informales.
Pero las relaciones entre los dos países no son normales, ni mucho menos. El Brasil está harto de los constantes desplantes bolivianos en su contra, un fenómeno de insolencia y provocación que se debe tanto a la imprudencia estratégica de Morales como a la total impotencia del ministro David Choquehuanca para organizar y darle una dirección coherente a las relaciones exteriores del país.
Las cosas comenzaron a deteriorarse con la nacionalización de las refinerías bolivianas de petróleo que estaban en manos de Petrobras. Sin embargo, mejoraron más tarde por la decisión del presidente Lula de apoyar a Morales en su enfrentamiento con las elites regionales y políticas que, de 2006 a 2008, se plantaron en su contra. Pero luego volvieron a dañarse por la cancelación del contrato firmado por la empresa brasileña OAS para la construcción de una carretera, el incumplimiento boliviano de algunos acuerdos bilaterales, la poca “química” que hay entre Evo y Dilma (se rumorea que por el desdén con que el gobernante boliviano habría tratado hace algunos años a la ahora mandataria brasileña, cuando ésta “sólo” era presidenta de Petrobras).
Y, finalmente, se estropearon del todo por culpa de dos graves eventos: la concesión de asilo brasileño al senador Roger Pinto, enjuiciado con saña por el Gobierno de Morales, y el arresto irracional, revanchista, de más de una decena de hinchas brasileños, después de un partido de fútbol internacional en el que una bengala encendida por un brasileño (que escapó a su país y confesó lo que había hecho) mató accidentalmente a un niño boliviano.
El ministro Choquehuanca trató estos problemas en lo que ya es un estilo, es decir, como si no le incumbieran. Morales impuso su voluntad de no conceder salvoconducto de salida a Pinto, que desde hace un año languidece en la embajada brasileña en La Paz. Y nadie se ha preocupado seriamente de resolver el problema de los hinchas, la mitad de los cuales todavía se encuentra en prisión, esperando un juicio que puede tardar muchísimo tiempo.
La fresa sobre la crema: El embajador brasileño en Bolivia, Marcel Viato, será removido en los próximos meses. Su cambio se debe a la animadversión que sus reclamos y críticas despertaron en el Gobierno, al que no le gusta que no lo halaguen y suele considerar un “conspirador” a cualquier persona con criterio independiente.
Todo esto sucedió entre Bolivia y Brasil. Todo esto Brasilia se lo había tomado, como se dice aquí, “con mucha soda”. Hasta que en el asunto del avión vio su oportunidad para recordarle a Morales que el que siembra vientos, suele cosechar tempestades.
El Confidencial