¿Quién puede dudar de que el sudafricano Nelson Mandela es una de las personas más importantes de la historia de la humanidad, cuya figura es comparable con Gandhi y un puñado más de hombres que lucharon por la libertad de sus pueblos?
Mandela nació en Sudáfrica cuando este país era víctima de los colonizadores europeos, quienes hicieron del apartheid una forma de vida. Con base en la absurda suposición de que la tonalidad de la piel o la apariencia física determina la superioridad de unos sobre otros y con
apoyo en el poderío económico que se tradujo en la fuerza bruta, los primitivos dueños de esa nación africana fueron reducidos a una condición inhumana, exiliados en el seno mismo de su patria, para emplear un concepto repetido varias veces en los últimos días.
Mandela se enfrentó al poder con la sola fuerza de sus ideas y su convicción firme de que, por el color de la piel, los seres humanos no pueden ser discriminados o reducidos de su condición. Estuvo preso durante 27 años, aunque se lo condenó a prisión perpetua, y debió cumplir trabajos forzados por el sólo hecho de reclamar la igualdad de derechos entre las personas y que su pueblo no sea confinado en miserables villorios, donde las epidemias y el hacinamiento eran las principales características.
La presión internacional y la fuerza que generaba el pueblo sudafricano llevaron al régimen del apartheid a buscar una salida al conflicto, hasta que en 1990 los propugnadores del segregacionismo no tuvieron otra opción que dejarlo en libertad.
Durante el tiempo que permaneció encerrado, en las peores condiciones posibles, Mandela se convirtió en un símbolo de la lucha contra el apartheid dentro y fuera de su país. Alcanzó la dimensión de una figura de leyenda que representó la falta de libertad de todos los sudafricanos de color.
El apartheid fue implantado por colonizadores ingleses y holandeses con la finalidad de imponer un sistema de dominación falsamente destinado a lograr el desarrollo de la nación, cuando, en realidad, sólo buscó los privilegios de una casta de ascendencia europea.
El último presidente del régimen de la superioridad racial, Frederik de Klerk, decretó la libertad del líder negro, y ambos, en 1993, compartieron el Premio Nobel de la Paz, después de haber sido galardonados con el Príncipe de Asturias a la Cooperación Internacional. Mandela llegó a la presidencia de su país en 1994, después de que se celebraran las primeras elecciones libres en ese país, y, a diferencia de lo que podría pensarse, Mandela se propuso forjar un país “arco iris”, vale decir, multicolor.
Se acabaron los privilegios de unos cuantos y se dio paso a una nueva forma de organización social, a grado tal que Sudáfrica, al influjo de Mandela, pudo ser escenario de una de las actividades cuya organización está reservada para muy pocas naciones, un campeonato mundial de fútbol, debido a que se requiere contar con una enorme capacidad hotelera, transporte para cientos de miles de personas y estadios deportivos de primerísimo nivel. Pero fundamentalmente, superó sus diferencias en paz y sin violencia. Mandela lo hizo posible. Ayer, cumplió 94 años. (Texto del editorial de La Prensa, de La Paz, Bolivia)
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