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sábado, 21 de julio de 2012

desde Pablo de Tarso, pasando por Gandhi, Marthin Luther King, Mandela hasta llegar a Fernando Vargas el líder del TIPNIS, Lupe Cajías en conmovedor texto sobre el valor humano de quienes luchan por el amor a tierra y desechan la coca, la cocaína como forma de vida


“Estamos atribulados mas no angustiados, en apuros mas no desesperados, perseguidos mas no desamparados, derribados pero no destruidos” escribió el converso Pablo en los momentos de mayor persecución contra los cristianos que luego fueron millones.
“No destruidos”. Así también se sintió Mahatma Gandhi cuando cientos de sus camaradas, hilera tras hilera, soportaron en silencio los golpes y palazos de los guardias ingleses, cuando luchaban por la independencia de la India. Ese día, apuntó un periodista estadounidense, el Imperio Británico perdió para siempre la moral para enfrentar a Gandhi. El pequeño hombrecito luchó medio siglo contra sus opresores, sin ceder en sus principios, un ejemplo para el conjunto de la humanidad.
“No desamparados”. El pastor Marthin Luther King no perdió la fe cuando tuvo que organizar el boicot de los seres humanos de tez oscura contra los abusos de los seres humanos de tez más clara que no cedían el asiento a las señoras como Rosa. Una gran marcha, por miles de kilómetros, mostró al mundo la decisión de luchar por los derechos civiles, aún a costa de la propia vida.
Nelson Mandela no se dejó jamás por la angustia, ni encerrado perdiendo toda su juventud. José Mujica y los nueve rehenes tupamaros mostraron al mundo que el actor humano era más importante para hacer historia que el discurso cínico o malvado.
“Estamos en apuros mas no desesperados”. Fernando Vargas, el dirigente del Isiboro Sécure, con una serenidad que asombra, organizaba la salida de los últimos indígenas que atravesaron selvas, montañas y plazas para hacer escuchar su voz en defensa de su Casa Grande, del bosque que es el bosque que a todos es útil, salvo a los productores del circuito coca cocaína.
Una señora entregaba yogures a los caminantes mientras sollozaba. Igual que vi llorar a los pasajeros del minibus cuando fui a Coroico y topamos la larga columna de descalzos en plena lluvia y niebla. Una niña les gritó: “sigan adelante”.
Unos extraños hombres sacaban fotos a todos los que ayudaban a los marchistas. ¿Quizá también escuchaban las conversaciones? ¿Cuántos teléfonos estarán pinchados como el de Marcela Revollo para evitar el apoyo humano a los humildes?.
La marcha por el Tipnis ha trascendido toda relación política y será una sombra permanente sobre el actual Gobierno. Personajes como Sacha Llorenti o Carlos Romero jamás podrán librarse de ella, ni en la calle ni en futuros trabajos.
Porque el movimiento de los descalzos alcanzó niveles donde la propaganda no llega; el centro del corazón, el lugar de la emoción, la identificación de las madres con las madres, de los humildes con los humildes, sobre todo las mujeres. Ellos, los que llegaron con sus chinelas en medio del crudo invierno andino, lograron completar lo que nadie pudo: la luna llena boliviana.
El inédito amor de la población paceña por estos visitantes difícilmente podrá ser repetido por otros acontecimientos históricos. Los besos y abrazos entre desconocidos, los pañuelos despidiendo a la Bertha y a sus hijos, los cuidados de las caseras hasta el último momento, la presencia de los jóvenes de ambos sexos, son imágenes tan inexplicables, tan atávicas que sólo quien las vivió las podrá relatar.
El Gobierno perdió la batalla y la moral y, si insiste, también perderá la guerra.
La autora es periodista

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