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domingo, 10 de marzo de 2013

se le pasó la mano Carlos Mesa asciende a su vena poética, en todo caso literaria y sale de su condición de historiador y político cuando ensalza a Chávez. cómo no ser popular y semidios con tanto dinero que repartió a manos llenas a Cuba y Bolivia sin límite de cuenta, millones de millones...todo para tener un apoyo incondicional. Carlos Mesa se excede en el elogio, qué raro, él siempre tan circunspecto!


El personaje, espada en mano galopando montado en un espléndido alazán, mira a su destino y se abraza con la historia. Deja de ser hombre y se transforma en refundador, guía espiritual, portador de todas las virtudes. El cáncer le ha concedido esa gracia reservada a unos pocos.
¿Quién es Chávez? Yo soy Chávez responde una joven. Yo soy Chávez solloza un anciano.
¡Tenemos Patria! Dijo en su último discurso. ¡No quiero morir! dice que dijo un general que lo acompañó en sus últimas horas. ¿No era que ya no podía hablar? le preguntaron. Se lo leí en los labios resecos, contestó el militar. Los labios de la agonía. Era el hombre de la palabra, aquella que cautivaba, que hacía eco, que sonaba a repetición interminable, aquella que cantó a su héroe –un Bolívar personal– con el que creyó estar fundido para siempre. La palabra fue lo primero que perdió antes de morir. Tras su última operación en su querida Cuba, el comandante-presidente se quedó sin voz y pasó tres meses de agonía en un silencio desesperado, en la antesala de la gloria de la que estaba perdidamente enamorado.
Un gigantesco manto de emoción ha caído sobre una Venezuela dividida. El único coro de hoy es el que acompaña un cuerpo que ya no es cuerpo, es bronce, es estatua, es leyenda, es lo que cada uno de aquellos que dijo haber tenido la dicha de vivir en la misma era de Chávez, quiere que sea. Su imagen se multiplica una y mil y cien mil veces, hasta que es muy difícil no perder la razón. Imagen que muchos quisieran despedazar.
Chávez el hombre desaparecerá en un cuerpo que quedará embalsamado. En las horas del homenaje no alcanzan los adjetivos, no hay ditirambo que no se haya ensayado, no hay frase de apología que no se haya pronunciado.
Chávez Estado, Chávez padre. Millones de venezolanos están acongojados, mientras otros tantos millones no han tenido otro camino que el prudente silencio. Venezuela dividida.
El mito lo es para los dos bandos. A fin de cuentas, los únicos sentimientos posibles parecen ser el amor delirante y el odio definitivo. La caricatura, o el dolor sin límites, o la botella de champagne que esperaba este instante para ser descorchada y estallar en burbujas.
Venezuela dividida
Chávez ocupó todo el espacio. Paradójico y contradictorio, hijo perfecto de esta América Latina real maravillosa, barroca, intrincada y desmesurada. De Remedios la Bella y el Patriarca en el otoño. Continente de extremos, propicio para los redentores. Chávez fue retrato de esa inmensidad. Quiso una región sin tutores y fue tutor de Venezuela. Quiso darle voz y rostro y alma a los desheredados y los desheredados acabaron convencidos de que sólo podían hablar y verse en el rostro del presidente-comandante que les señaló el camino.
Chávez que quiso todo el poder y lo tuvo, que hizo las reglas a su imagen y semejanza, que entendió el mundo –como todo caudillo mesiánico– en blanco y negro.  O amigo o enemigo. O infame neoliberal hijo del pasado, o luminoso revolucionario dueño del futuro. Venezuela dividida.
Chávez gobernante, legislador, justiciero, autor de las grandes líneas del futuro, intérprete certero del pasado. Chávez de boina y mano en la sien saludando a la patria.
¿Puede volver el hombre? Volverá cuando esta tormenta de llanto y de dolor, de murmullos y miradas hostiles, se vaya disolviendo en el horizonte.
Hugo Chávez, de aquellos pocos que marcan una época con su impronta, creyó que era un iluminado y convenció a millones de que lo era.
Nos demostró a todos que era posible una América Latina sin la sombra omnipresente de los Estados Unidos, impulsó la integración como un mecanismo de desarrollo y solidaridad, promovió una acción intensa de lucha frontal contra la pobreza con mirada ética y comprometida, desnudó las serias debilidades de la ortodoxia neoliberal amparada en el paraguas de la modernidad y, por sobre todo, recuperó la idea de que el primer compromiso de un gobernante es con seres humanos de carne y hueso, y no con cifras abstractas.
Hugo Chávez ganó el poder y lo manejó a su arbitrio, demolió la institucionalidad democrática de Venezuela, ejerció el Gobierno con autoritarismo personalista sin límites, se apropió de los tres poderes del Estado, coartó la libertad de expresión sin rubor y diseñó unas reglas de juego injustas que arrinconaron a la oposición. Fue incapaz de administrar exitosamente uno de los países con mayores ingresos de América Latina, sumiendo a su sociedad en la incertidumbre económica en medio del desabastecimiento crónico, el alza de precios y una violencia endémica. Valga otra vez la contradicción.
Como ha ocurrido con el Che o con Evita, habrá siempre una mirada contrapuesta en torno suyo. Como todos nuestros mitos, Chávez nos enfrentará a unos con otros. Una excrecencia populista, dirán unos. Un salvador, el santo de los pobres (uno más de los tantos que tiene este continente), rezarán otros.
No quiero morir, dicen que dijo. ¿Cómo iba a querer morir ese hombre explosivo y eléctrico al que le rebalsaba la vitalidad, y que había logrado el dudoso privilegio de ser un mito en vida? 
 
El autor fue Presidente de la República
http://carlosdmesa.com/ 
Twitter: @carlosdmesag

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