Edwin Tapia es galardonado por el Instituto Mayor de formación militar |
El Estado es una forma de organizar la sociedad para evitar que las contradicciones, despojadas de su contenido racional, aniquilen a todos. Sería el fin de los grupos humanos si no pudieran lograr un momento de conciliación y entendimiento. El Estado no suprime las diferencias, pretende fijar reglas, normas para que a partir de las asimetrías, la gente actúe en busca de soluciones compartidas.
Ese orden no puede ser eterno. A pesar de su cobertura subjetiva es resultado de la correlación de fuerzas que se da, con su propia intensidad en cada momento de la historia. La Edad Media cubrió el imperio de los más fuertes incorporando, a la sucesión de hechos, el designio divino. La revolución francesa no pudo encontrar nada mejor que la voluntad del pueblo para sacralizar la victoria de las mayorías que, en última instancia, no es sino un acontecimiento cuantitativo. La cantidad es respetada no tanto por su sabiduría como por la fuerza que produce.
Los avances espectaculares en el campo de la cibernética, entre otros, permiten descubrir, en la organización y funcionamiento del poder, lo que antes era un secreto inexpugnable. Bajo la ficción de la voluntad divina, durante más de mil años, en la Edad Media, se acalló el grito de dolor, indignación y rebeldía de millones de seres humanos atormentados en los sótanos de la inquisición. A partir del siglo XVIII la justificación cambia, ya no es la voluntad de Dios, sino el veredicto del pueblo. Los vencedores siguen sacrificando a los vencidos. Al Estado no le falta razones para utilizar la fuerza de que dispone “legalmente”.
Felizmente, lo que antes era parte del poder o mejor dicho privilegio inviolable del orden dominante, ahora, está siendo, no solo cuestionado, sino desconocido por los avances maravillosos de los medios de comunicación. Ya no es posible ocultar el fundamento del orden piramidal impuesto. Al quedar desvelado el secreto del poder, es decir, la violencia, los poderosos no tienen nada que justifique lo que hacen. Esto es lo que no les gusta. Se indignan, gesticulan y amenazan. Las protestas públicas del Presidente del Ecuador representan, con creces, esta tendencia conservadora.
Los periodistas, aun sin hacer nada, en la proyección de sus propias ideas, solo mostrando lo que, evidentemente, es el orden establecido y su funcionamiento recurrente, aparecen como el contrapeso de ese orden. La televisión, filmando los aspectos menos conocidos del sistema y difundiéndolos, cumple una función transformadora invalorable. Ver la figura y la conducta de los gobernantes, de inmediato, produce una saludable desmitificación. En la lógica de los encubrimientos cómplices, antes, los dignatarios de Estado parecían sabios, justos, misericordiosos y por eso dignos de respeto o temor, ahora, al verlos apoltronados en el Parlamento o en los ministerios, descubrimos que son igual que nosotros o peores. Así, por efecto de los medios de comunicación, el Estado pierde las supervivencias feudales que le daban un cierto nivel trascendente.
Descubrir y difundir las debilidades o secretos del Estado, es una forma de plantear su transformación. Muy pocos estadistas, quizá nadie, soporta que alguien le diga la verdad; el poder y los poderosos se nutren de las alabanzas, de la justificación de sus defectos y errores. Si no fuera así, quizá habría campo y esperanza para la sabiduría, la humildad y el perdón.
El descubrimiento de la naturaleza íntima del poder, en primera instancia, ocasiona un desconocimiento creciente. Sin miedo, respeto ni admiración por sus gobernantes, las personas optan por sus propias ideas e intereses, así los vínculos de cohesión social se debilitan, queda poco, casi nada, por lo que valga la pena sacrificar lo individual. El Estado fundado en el siglo XVIII no soporta los desafíos ni las exigencias del conocimiento. En el vacío que se produce por las imposibilidades, incumplimientos y agresiones del poder constituido frente a las exigencias de la ciencia y de la tecnología, surgen las deformaciones. Es casi una ironía que los gobernantes exijan a los súbditos lo que ellos no son ni hacen.
Algo que debe llamarnos la atención es la presencia creciente de estructuras intermedias en las que el factor determinante es el conocimiento, hay empresas en el mundo con más capital, tecnología y poder que algunos países de Asia y América. La universalización del imperio es, precisamente, esa bifurcación desterritorializada y descentralizada. Si analizáramos con cuidado lo que nos sucede descubriríamos que algunas cosas que hacemos y mucho de lo que usamos no depende de nosotros, no está en el marco de nuestras decisiones. Nos aproximamos, con velocidad creciente, hacia nuevas formas de organización estatal. Decir que todo esto sucede por efecto del desarrollo portentoso de los medios de comunicación sería un exceso que inutilizaría el rigor intelectual de este trabajo. Pero lo que no podemos negar es el efecto evolutivo de la información en el descubrimiento del poder constituido, de sus insuficiencias y deformaciones.
Los medios de comunicación son también parte de este tiempo y de este mundo, no están lejos de la crisis. Utilizar solo la dimensión tecnológica de los instrumentos que se manejan, sin un contenido filosófico, ético, científico ni artístico, da lugar a una función no solo repetitiva, sino decadente. La preferencia por lo insólito, por el pecado o el delito, es decir, por el escándalo, plantea el riesgo, quizá la consumación de la oficialización generalizada de ese nivel de evolución. Si la gente, las nuevas generaciones ven solo eso, acaban convencidas que el mundo en que vivimos es así, en consecuencia, no es malo acomodarse a esa realidad.
Si digo aquí, en proyección autocrítica, que la función renovadora de los medios de comunicación es porque, en dicho sector, se están dando los avances científicos y tecnológicos más sorprendentes, no me equivoco. La participación de la gente es respetable, pero todavía no está en el nivel de los desafíos que su propia actividad le plantea. Nunca antes hubo un medio no estatal, con tal influencia en la conducta de los pueblos. La cultura de este tiempo deriva de los medios de comunicación. Los niños pasan delante de sus aparatos televisivos, cada día, más de tres horas. Los demás si no vemos tales pantallas por lo menos dos o tres veces durante las 24 horas, quedamos sin saber lo que pasa en el mundo y en nuestro país, ese vacío disminuye nuestras posibilidades profesionales, económicas, artísticas y científicas. Prisioneros de la ciencia y de la tecnología, al mismo tiempo, somos cada vez más universales y seguros de nosotros mismos.
La difusión del conocimiento, más allá de las actitudes conservadoras o represivas de los titulares actuales del poder, está horizontalizando las decisiones, es decir, ya no es posible que alguien, a pesar de la fuerza de la que dispone, pueda sustituirnos totalmente en la historia, es decir, en nuestra historia.
Pese a sus limitaciones, impurezas y vacíos, ante el viejo poder, imposibilitado de renovarse, opto por la difusión de la verdad que se convierte en desafío apasionante, precisamente, por su carácter relativo.
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