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miércoles, 16 de enero de 2013

Maggy Talavera gana espacio con su descripción de "el imperio del cinismo" contrastando la afirmación evista de estar Bolivia sometida al imperialismo estadounidense a raíz del escándalo Ostreicher que llamó la atención global y los masistas no atinan a esconder la cabeza, como el avestruz al no poder soportar la ominosa y cínica responsabilidad.

Dice el Presidente que hay “enemigos internos y externos usando la extorsión como una agresión política contra el proceso”. Habla también de “instrumentos del imperio” para reforzar el discurso oficial que señala al “imperialismo” como el culpable de muchos de los males que afectan al país, y particularmente al Gobierno, entre los que destaca la corrupción, ese monstruo de siete cabezas al que todos los que se alternan en el poder prometen combatir y vencer, pero al que finalmente se someten y al que alimentan con viejas o nuevas prácticas corruptas.
Sean Penn el actor, J.Ostreicher la víctima

Sin embargo, viendo la realidad -esa doña rebelde que no se somete a imperialistas de ninguna laya- solo cabe refutar lo dicho por el Presidente y reconocer, con humildad, que si hay un imperio que domina hoy a Bolivia no es precisamente el que llega de una potencia extranjera, sino otro muy plurinacional: el del cinismo. No me refiero al que pregona una doctrina filosófica griega, sino a las prácticas de “acciones o doctrinas vituperables” por parte de “personas que mienten o cometen actos vergonzosos con descaro, sin ocultarse ni sentir vergüenza”.

El diccionario añade algo más para definir el accionar de los cínicos: impudencia y obscenidad descarada. Ambos rasgos muy notorios en la sociedad actual, en la que, como dice H. C. F. Mansilla, “el elogio del cinismo, la celebración del ‘todo vale’, la postulada separación entre política y moral, la equiparación del talento con la astucia y otras lindezas asociadas con las modas intelectuales del día han preparado el actual clima de laxitud ética, irresponsabilidad colectiva y resentimientos anti-elitarios que caracteriza nuestra cultura socio-política.”

¿Acaso no es impudencia y obscenidad descarada la que se percibe en las acciones de los gobernantes de turno? ¿No es también vergonzosa y descarada la actitud de otras personas que, sin ser gobierno, aceptan y hasta aplauden esas impudencias desde el Poder, cuando no las imitan o reproducen como prácticas ‘mejoradas’? Pretextando alentar y defender procesos de cambio, revolucionarios y transformadores, cometen todo tipo de abusos y actos vergonzosos “sin ocultarse ni sentir vergüenza”. Todo lo contrario: hacen gala de sus actos y ¡ay! de quienes osen reprocharlos. 

Lo estamos viendo otra vez en Bolivia a propósito de la red de extorsión descubierta a raíz del caso Ostreicher. 

Lejos de poner en práctica el discurso de lucha contra todo acto de corrupción o de sanción de los corruptos, sean quienes fueren, el Presidente parece estar liderando una campaña para apañarlos, pretextando –como siempre que enfrenta un escándalo o crisis de credibilidad- la “defensa” del país frente a supuestas injerencias del “imperialismo”. Habrá que repetir: si acaso hay un imperio responsable de tantos males que afectan a Bolivia, ese imperio es el del cinismo, como el que se ve, hay que insistir, en el caso Ostreicher. Ya se vio también en el tema del TIPNIS, ¿o no?

Que lo diga Rebeca Delgado, defenestrada de la presidencia de Diputados por haberse atrevido a demandar una investigación a fondo de la red de extorsión, en la que están involucrados abogados que operaban desde varios ministerios del Ejecutivo. Ella sí una víctima del “imperio”, pero no del de Estados Unidos, sino del imperio del cinismo que va ganando adeptos al troche moche en la “Bolivia del cambio” que cambia poco o nada. Y si no cambia, habrá que insistir en decir, no es culpa del “imperialismo yanqui”, y sí de la clase política boliviana “que propugna reformas institucionales”, pero que a la vez “ha desplegado una envidiable destreza para que estas últimas no modifiquen esencialmente el marco de los viejos privilegios y prácticas consuetudinarias”.

Otra vez, el caso Ostreicher sirve de ejemplo para demostrar la profunda, hartera y hasta obscena contradicción que hay entre discursos y prácticas socio-políticas en esta Bolivia del cambio. Y para comprobar también que no basta cambiar leyes y normas, o deshacer y hacer instituciones a medida de los caprichos de los gobernantes de turno, con la promesa de alentar y lograr las transformaciones prometidas. ¿O alguien puede demostrar lo contrario en el caso específico de la Justicia boliviana? 

El MAS trastocó toda la estructura del Poder Judicial, prometiendo un cambio a fondo, y está visto hasta hoy que el cambio fue solo de ropaje: suman ponchos y polleras a las corbatas, pero quienes los visten siguen reproduciendo las viejas prácticas corruptas. Alentados, hay que decir, por el imperio del cinismo… y por los imperialistas que lo practican. 
Santa Cruz, 12 de enero de 2013  
* Periodista

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