Vistas de página en total

jueves, 1 de noviembre de 2012

Diego Ayo se merece un cálido aplauso por la presentación crítica del engendro de Sacha Llorenti "la verdad secuestrada" que Diego disecciona en 7 observaciones de una obra que fue panigerada con loas por el Vice y es que habla bien de todos "sus secuaces" pero ni menciona Chaparina, ni Caranavi ni los crímenes de sus mandamases.


Amigos: una reseña crítica al libro

de Sacha Llorenti. 



Sacha, el escribidor
Quizás es menos un libro que una carta de auto-recomendación. Sacha de literato es infinitamente inferior al Sacha Ministro. Chaparina adquiere ribetes turísticos frente al texto “La verdad secuestrada. Medios de comunicación privados y el proceso de cambio en Bolivia” que bien podría titularse “Manual de autoayuda para preservarse en el poder” o “Las 7 reglas para contentar a las autoridades de turno”. Y es que son 7:
Uno, un buen revolucionario debe ver la maldad empresarial anti-revolucionaria con la misma naturalidad que se ve el sol en la alborada. Y, claro los medios son privados. El manual de Sacha se enmarca puntillosamente en ello, señalando enfáticamente lo obvio: si los medios son poseídos por empresarios y los empresarios son infames buscadores de lucro, ergo: los medios son anti-revolucionarios. No hay duda. El enemigo se dedica a publicar titulares que empañan la gestión. Ese es su deber. Sacha pasa de lado una verdad ineludible: los medios privados se dedican copiosamente a criticar a los gobiernos. Ya lo hicieron, como lo documenta con mucha lucidez la tesis de Rafael Archondo que Sacha cita sólo cuando le conviene, esos mismos medios privados, contra la encarnación del entreguismo: Goni, el Mariscal de Epizana: Banzer, y el des-almado tecnócrata super-neoliberal Tuto. Evo, claro, no es la excepción. Eso, del lado malo. Del lado bueno, Sacha se olvida que esos mismos medios privados, como lo documenta la Fundación Unir/Observatario de Medios, apoyaron diversas políticas, en particular, y este es el corazón de la Revolución, la nacionalización de YPFB. Cualquier crítica, en todo caso, volviendo a Archondo, se circunscribió a dos o tres días de martilleo, para pasar al olvido, como sucede con el 100% de las noticias, sujetas a una construcción menos (malignamente) sistemática y estructurada de lo que Sacha cree. Y, ya en el plano metodológico, es evidente que sacar semejantes conclusiones sólo de la lectura de los titulares, como hace el texto permanentemente, no es más exacto que calificar como un acto de pasmosa depravación sexual, el meneo de una chica que viste mini y exhibe un escote abierto.
Dos, un buen revolucionario debe acordarse de todas las maldades que hacen los medios, pero olvidar todas las maldades que se hacen a los medios. Sacha es un artista en este punto. Desconoce el incremento de la violencia contra los medios y el hecho de que día por medio Evo se dedique a denostarlos como “el principal enemigo de su gobierno”, pasa de lado el amedrentamiento latente de la Ley contra el Racismo contra los medios, ignora supinamente la Ley de Telecomunicaciones que pone contra la pared a los poseedores privados de medios (que deberán devolver sus frecuencias), desconoce la vulgar politización oficialista del Canal 7 además de la cancelación de toda publicidad estatal para los detractores del proceso (por ejemplo, Erbol), no menciona la compra gradual pero segura de esos mismos medios privados con cheques venezolanos, se inhibe de ver indicadores internacionales sobre la marcha mediática (por ejemplo de Freedom House) en Bolivia, que no tiene precisamente las mejores calificaciones, y, claro, descontando el juicio contra los tergiversadores del primer mandatario, que ya Sacha no tuvo tiempo de incluir.
Tres, un buen revolucionario debe hacer tropa con otros revolucionarios o con quienes cree son revolucionarios. El manual se destaca en este sentido con un toque adicional. No sólo toma en cuenta a su propia tropa, sino que ésta debe estar compuesta de ilustres personajes que den legitimidad a lo que se dice, haciéndonos creer que todos ellos se empeñan en ofrecer similar mensaje. De tal modo, se mete en ese saco revolucionario a Rafael Archondo, José Luis Exeni o Ricardo Bajo, que más allá de las diferencias que pueda tener con sus ideas, son investigadores de inobjetable prestigio. Pero claro, Sacha quiere crear sus propios huaruras, que se vean fuertes y si de yapa son muchos, mejor. Bravo por el manual, pero autogol contra un adecuado reconocimiento a muchos otros periodistas que aunque no comparten la gloriosa senda revolucionaria, son igual de buenos (o incluso mejores).
Cuatro, un buen revolucionario debe mostrarse como un arcángel impoluto. Sacha celestial hubiese, sin dudas, tirado la primera piedra, él, libre de todo pecado. Y sí, un buen manual debe olvidar todo lo que pueda empañar la reputación de guerrero indomable: Chaparina no entra en la historia; Sanabria es alguien que no recuerdo, Caranavi se escribe con C de cabeza de cordero y así sucesivamente. Se dirá que el manual era sobre medios y todo esto que se comenta no tiene nada que ver. Pero si tiene mucho que ver. Y es que alguien que acusa como lo hace él, debe acordarse, al menos en su cama a las 2 de la mañana, que tiene poca moral, y mucho apoyo político, para mostrarse tan audaz.
Quinto, un buen revolucionario debe encontrar complots en todas partes además de ceñirse al guión oficial en cada palabra. Las palabras no son neutras. Y Sacha lo sabe, por eso las citas contra las oligarquías, los terroristas, la oposición separatista y el imperio, siempre complotando, son un requisito sine qua non del léxico dominante. Lo del “golpe cívico-prefectural” entra de cajón. Lo de la inconstitucionalidad de los referendos por los estatutos autonómicos –creación de un grupo secesionista- adorna más de un página. Lo de la embajada (estadounidense) tratando de perjudicar al presidente indígena, es más difícil de olvidar que su propio nombre. Lo de las ONGs imperialistas manipulando indígenas es un axioma irrebatible. En fin, todo este conjunto de hipótesis (serían hipótesis en el marco de una investigación que se precie de seria) son sentencias temerarias repetidas con la misma asiduidad que Mi Lucha menciona a la lacra judía. Y es que no es un libro para hacer pensar. Es un manual para generar adscripciones. Adscripciones, no hay duda, para evitar que tan noble proceso comandado por un indígena, se vea truncado por tantas y tan poderosas fuerzas externas.
Sexto, un buen revolucionario debe saber proteger a sus amigos de lucha. Un guerrillero que mata a un enemigo aunque éste esté desarmado, es un patriota. Un convencido que haga volar torres gemelas, es un héroe. Un luchador que acribille rivales acusándolos de terroristas, es un estratega. Para mí no: son todos asesinos. Y protegerlos, siempre en nombre de la victoria final, es algo que convierte al escribidor en secuaz, al intelectual en cómplice, al pensador en delincuente. La defensa cerrada de Quintana, quien en el manual se asemeja más a la madre Teresa que al “acompañador” de la masacre del 11 de septiembre, tiene algo que ver con ello. Y, claro, si de amigos se trata, Sacha tiene el tino de mencionar a Chávez. No se puede prescindir de recordar los atropellos que ha sufrido este mentor de la libertad de expresión. El manual en este tópico adquiere toques ya religiosos. El profeta de la democracia es víctima de los medios privados. Y sí la verdad que hay mucho de cierto en ello, pero no es menos cierto que sólo en un casillero mejor situado que Cuba, se encuentra a la República Bolivariana, campeando como el país de América Latina con peores indicadores de respeto a la libertad de expresión. Sacha, en un acto de incuestionable secuestro a la verdad, haciendo perfecto honor al título de su libro, se olvida de esos detalles. Un gramo de lealtad, claro está, pesa más que cualquier búsqueda de imparcialidad. Es pues un cierre magistral de este manual de preservación del cargo.
Pero no. Me equivoco. El cierre lo brinda –séptimo- la presentación del libro. No tiene que ver con el contenido pero da un hilo conductor a lo dicho. El comentador no es un periodista que abra el debate, un comunicador que cuestione algunas premisas, un colega que enriquezca las tesis de fondo. No, el comentador es su amigo: Álvaro García Linera. Obviamente, el comentario se vuelve loa –“mucha cosa Sachita, lo has hecho muy bien”-, y el manual concluye con un cherry en la torta: nada más y nada menos que el máximo intelectual del MAS alaba a mansalva las páginas propagandísticas del libro del pupilo. Gran acierto del autor: su coqueteo político vertido en el libro, termina enamorando al casamentero oficial, y con él, a todos los leales revolucionarios que festejan que el sol salga en el día y que Sacha hable bien de todos ellos. Nada nuevo. Todo obvio. 
De este modo, frente al Sacha escribidor, nos queda rogar por la vuelta del Sacha ministro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario