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jueves, 2 de mayo de 2013

Hernán Maldonado ha logrado arrancarme lágrimas cuando ofrece un texto tan rico de fraterno sentimiento y de espiritualidad en homenaje a LORENZO CARRI. cuánto afecto y cuánta fe Hernán, tiene mucho que enseñarnos a los creyentes. Gracias profundas


Querido Lorenzo:
Así empezaba mi correspondencia contigo. Querido Hernán, decías en la respuesta. No eran palabras de circunstancia. Efectivamente las sentíamos. Por eso es que en los últimos años hilamos una fina amistad a través de un coloquio constante de hasta tres veces por semana y cada vez con más de un millar de palabras.
Lorenzo Carri a quién el autor Hernán Maldonado honró con su amistad

Reanudamos así una amistad que se remontaba a los años 60. Todavía recuerdo aquella noche en que don Julio Borelli en un Informativo Deportivo Gigante se lanzó con una descarga emocional por alguna ofensa recibida y tu fuiste el único de los colegas que se acercó a Radio Fides para darle tu palabra de solidaridad. Nos demostraste tu enorme calidad humana.
Hace algunos años me consultaste por un dato sobre la fecha de nacimiento de don Julio y así reverdecimos una amistad que se había estancado en el tiempo por 40 años.
Hablábamos de todo y así pude conocer detalles íntimos de tu vida. Supe de tu humor fino, de tus amores por los Luthiers, de los escritos del negro Fontanarosa, de la admiración que le tenías a Jorge Luis Borges y de tu pasión oculta por la poesía. Te enojaste cuando decidí publicar tu hermosa poesía a La Paz que encontraste a tu llegada. Por eso renuncié a pedirte que me copiaras la poesía con la que ganaste un concurso nacional en un Día de la Madre y del hermoso destino que le diste a la medalla de oro con que te premió el presidente Juan José Torres.
Este martes, cuando tu amado Barcelona cayó estrepitosamente ante el Bayern Munich, yo sabía que cerrabas un ciclo del buen fútbol que disfrutaste con esos magos de la filigrana como Andrés Iniesta y Xavi Hernández. El club podía ser cualquier otro, como solías decir, lo importante para ti, poeta al fin, era la poesía futbolística en el gramado, con ese virtuoso del gol que te entusiasmó hasta al paroxismo y que se llama Leo Messi. No escribiste lo que hubieras querido, no porque no te dejaron, sino por respeto a los que creen en otras opciones. Hasta en eso fuiste un caballero entrañable.
Cuando reanudamos nuestra amistad te contaba de los retiros a los que asistía y con delicadez me hiciste saber que no era precisamente un tema sobre el que deberíamos compartir impresiones. Claramente, sin embargo, me dejaste saber que respetabas profundamente mis creencias religiosas.
En agosto pasado, acercándonos a tu cumpleaños del 5 de septiembre, por esas cosas raras que se me ocurren y que tienen una explicación en la efusión del Espíritu Santo, te envié por correo el libro “Cristo Vive”, del padre Emiliano Tardif. Mi intención no era arruinarte el cumpleaños. Me acuerdo que en mi mensaje te decía: Este es un pequeño librito que me gustaría que lo leas. Si decides no hacerlo, te ruego lo entregues a tu esposa o a la persona que elijas, porque no es un librito que merece ir a parar a la basura…
Me agradeciste y dijiste que lo habías puesto sobre tu mesita de noche. Hasta hoy ignoro si lo leíste. En eso me anunciaste de tu grave enfermedad y quedé alelado. Supe de tu angustia por dejar en el desamparo a los tuyos. Ese el dolor que te mataba, no el cáncer. Te ofrecí mis oraciones y entonces, yo pienso que más en serio que en broma, me nombraste tu “embajador plenipotenciario ante Dios”.
Cuando súbitamente empeoraste al punto que te tuvieron que trasladar a una clínica en la 6 de Agosto, hablé con tu esposa un par de veces. En la segunda, me dijo que empeorabas rápidamente y yo lo que le aconsejé, sin ningún derecho para ello, es que te trajeran de vuelta al apartamento. Esa madrugada, mientras oraba, recibí lo que en religión se llama la palabra de conocimiento. Supe que no morirías de inmediato.
Mi buen Jesús había resuelto darte un segundo aire para que pudieras dejar arregladas las cosas pendientes que tanto te preocupaban. Me pediste consejo sobre el destino de tus archivos estadísticos, aunque tú sabías lo que ibas a hacer.
Comprendí que sólo era para ver si en eso también coincidíamos. Los que hemos tenido enfermos de cáncer en nuestras familias sabemos de lo terrible de la enfermedad, especialmente en su fase terminal. Hasta en eso el buen Jesús fue generoso contigo. Extraño, pero no te quejabas de ningún dolor, solo un cansancio extremo y ese tumor que nunca crecía ni disminuía de tamaño. Por eso tu angustia en las últimas semanas cuando te pedían en La Razón alguna nota sobre un partido nocturno. Aun así te sobreponías y lograbas escribir. “Esa gente se ha portado bien conmigo, no puedo decir que no”, razonabas.
Cuando a fines de marzo te dije que venía a La Paz a darte un abrazo personalmente, me prometiste un cafecito en tu apartamento. Allí te encontré hace pocos días. Aunque decaído, me alegre sinceramente porque esperaba encontrarte peor. Por eso quedé convencido que al regreso de mis compromisos en el interior volvería a encontrarte para un nuevo abrazo de despedida antes de regresar a Estados Unidos.
Te llamé el miércoles al mediodía y Tere me informó que estabas malito y descansando y que cualquier cosa me informaría por correo personalmente o a través de Sergio. Me desperté ayer con la noticia. Y cuando fui a verte al mediodía no pude contener el llanto. Me dejas solo, querido Lorenzo, me quedo sin el contertulio querido, el que me alertaba interdiariamente sobre artículos publicados en El País, Clarín, La Nación y que yo debería leer para después comentarlos.
En tu último mensaje, que me pareció un grito de dolor del alma, me dijiste que no soportabas el sufrimiento de tu esposa Tere a la que aprendí a admirar porque se comportó contigo como una verdadera samaritana. Lo dio todo por amor. Su valentía es admirable. La amaste por encima de todo y el último poema que le dedicaste no salió de tu puño y letras, sino de tu corazón.
Me pregunto si te saliste con la tuya de escuchar Mediterráneo de Joan Manuel Serrat en tus últimos momentos, como era tu deseo. No lo sé. Te fuiste sin tu último deseo de caminar por una playa con los pies desnudos.  Amabas el mar, ese inmenso azul que se entremezcla con el cielo y que te permite soñar. Quizás te acordabas de tus tiempos en España, cuando fuiste tentado a quedarte como asesor técnico del Sevilla, pero tú, por lealtad con Dan Giorgiadis, preferiste volver a Bolivia, donde tanto sembraste.
Por todo lo dicho, creo que en tus últimos momentos hiciste lo que Dimas en lo alto del Calvario. El Buen Ladrón no necesitó de confesión para hacer el mejor robo de su vida, le robó el perdón a Jesús. Y es que el Maestro en Mateo nos dice: Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mi, no morirá jamás… Amén.

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