Vivimos hoy una historia planetaria cuya característica principal es la falta de equidad, la injusticia, el desequilibrio. ¿De dónde proviene este desequilibrio? Proviene de una concepción que sustenta un proyecto humano que niega la dignidad de las personas y que está basado en el individualismo, el egoísmo, la acumulación y la concentración de poder.
El hombre occidental ha creado una estructura férrea acomodada a su particular cosmovisión, y para sustentarla, mantenerla, expandirla y justificarla frente a los ojos de todos, promulgó los grandes principios humanistas de libertad, igualdad y fraternidad, que enraizaron en la revolución francesa y que fueron más tarde recogidas por los Estados Unidos. Si bien a nivel teórico estos principios son indiscutibles y son valores universales en sí mismos, es en la praxis que estos principios han sido utilizados como instrumentos de dominación para ejercer poder político y dominación económica. En verdad en la práctica estos principios han sido distorsionados para justificar su acción dominadora y oculta. ¿Para quién la igualdad, para quién la fraternidad, para quién la libertad? Solo para una parte del mundo. Pareciera que la igualdad propuesta, lo que hace es generar desigualdad. Pareciera que la fraternidad se transforma en fratricidio. Pareciera que el costo de la libertad de unos es la falta de libertad de otros. ¿Por qué? Porque nadie puede ser a costa de otros, sin ser menos hombre. Lo que se juega aquí es la concepción del hombre. Si estos tres grandes principios no están enraizados en una praxis concreta vivida desde la convicción de que el ser humano es más ser humano en la medida en que respeta la libertad de los “otros”; solo habrá igualdad en la medida en que reconozcamos al “otro” como igual; solo seremos más fraternos en la medida en que reconozcamos a los “otros” como hermanos; solo seremos más libres en la medida que se nos reconozca como sujetos de nuestro destino y no como objetos.
La interpretación de estos tres grandes principios, depende del lugar, de la perspectiva en que se los interprete. Si se interpretan estos principios desde el individualismo – el ego cartesiano - la igualdad, la libertad, la fraternidad, serán aquello que debo conquistar para mí, y esto aunque sea a costa de transformar a los otros en objetos. Si el punto de partida de la interpretación de estos principios entronca desde los otros, entonces cambia la perspectiva: la igualdad será algo a ser ejercida en conjunto; la libertad será el ejercicio de una responsabilidad asumida en común; la fraternidad será una apertura a la escucha, al diálogo. En el contexto económico y político, la interpretación desde el individualismo se manifiesta en fenómenos de dependencia, de opresión, de injusticia. En cambio desde la perspectiva de los “otros” es la búsqueda de nuevos caminos para la reorganización de la lucha social e implantación de la justicia que devuelva la dignidad a un nuevo ser social: el hombre comunitario.
La posibilidad de la instauración de una sociedad basada en el respeto a la dignidad humana y la instauración eficaz del Bien Común, según lo planteó el Dr. Remo Di Natale (fundador y líder del Partido Social Cristiano), nos remite al concepto de justicia que tiene su cimiento en la unidad del género humano, pues independientemente de sus diferencias culturales, su igualdad es básica porque todos participan de la misma naturaleza humana. Ahora bien, cada ser humano posee algo íntimo y auténticamente suyo: su plena realización como persona. Remo Di Natale sostenía que si la realización de la persona humana se identifica con la satisfacción de sus necesidades, si sabe que no puede subsistir sin satisfacer sus necesidades, comprende de manera más o menos clara que tiene derecho a exigir se le permita satisfacerlas.
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