Un amigo, general de la república él, me dio una mala y otra buena. La una, aciaga digo yo, fue el deceso de mi camarada mostrenco, el Gral. Eduardo Galindo Grandchant; Lalo, héroe de uno de sus éxitos, debería haber estado en la presentación de un libro sobre la campaña de Ñancahuazú, victoria del Ejército boliviano perdida en mesa. Fue días después de conocer la partida de Dalia “Daty” Roca García, pariente nuestra: era de mi esposa por lo Roca, mía por lo García; pareja de vida de Pablo Dermisaki. Fue en la víspera del año de la muerte de mi amigo José María Bakovic, un 13 de octubre de 2013. Tomé mi píldora de la felicidad para evitar la depresión, porque el abuso político y el maldito ‘C’, así, en mayúscula, se alían para truncar la vida de muchos amigos.
Cuando tenía la pantalla en blanco, la buena nueva de mi amigo fue sugerirme que comparase dos fenómenos de este tiempo, el califato islámico y la hegemonía aimara en Bolivia. El uno es propiciado por insurgentes que abogan por constituir un Estado teocrático en porciones de Iraq y Siria, basado en la interpretación fundamentalista del Corán, la Biblia musulmana. El otro es el surgimiento de zelotes aimaras que proponen una hegemonía étnica en Bolivia.
El primer tema viene sesgado desde ya por noticias de crímenes, por aquí y por allá. Martirizan a personas sólo por ser cristianas, algo que plantea una partición de aguas entre la religión cristiana y el Islamismo: Cristo incita a amarse los unos a los otros para lograr el cielo, mientras que Mahoma dispone que matar a los infieles asegura un lugar en el Paraíso.
¿Quiénes son los infieles? Pues todos los que no son musulmanes.
La profusión de correos referentes a la invasión islámica en Europa no es más que un corolario a lo que alertara Oriana Fallaci a principios del milenio: es un premeditado intento de islamizar Occidente según el Corán, biblia de los musulmanes, cuya interpretación puede variar según sus entendidos, pero apuntando siempre a la conquista por la razón o la fuerza. Hoy despiertan preocupados, aunque ablandados, países europeos para los que la ola islámica se ha vuelto tsunami. La población musulmana ha crecido 30 veces, a dos millones y medio y más de mil mezquitas en Gran Bretaña. Dicen que Francia será república islámica en 39 años; hay más de 300 mezquitas en Paris, y en ciudades como Niza y Marsella el 45 por ciento de los menores de 30 años es de origen musulmán. En Bélgica, 25 por ciento de su población es de origen musulmán y la mitad de los recién nacidos lo son. La cosa es peor en Holanda: 50 por ciento de recién nacidos y en 15 años calculan que la mitad de la población será musulmana. Cuidado España, porque a la independencia catalana seguirá la vascuence, luego un califato en Andalucía.
Como el cristianismo, el Islam no es monolítico. Igual que protestantes y católicos entre seguidores de Cristo, los islamistas se dividen en sunitas (75 por ciento) y chiíes (25 por ciento): unos y otros claman ser la línea real de ancestro del Profeta, tan irreconciliables hoy como fueron las persuasiones cristianas de antaño, originando guerras en el empeño de convertir adeptos a las buenas o a las malas. El mundo islámico abarca desde el mar saharaui, en el océano Atlántico, hasta el mar de Java, en el océano Pacífico, pasando por el lado sur del Mediterráneo y el lado norte del océano Índico.
Sus más conspicuas naciones serían Arabia Saudita (suní) e Irán (chií), cuyos intereses quizá atizan las fricciones, amén de su abundante petróleo que las financia. La una es mezcla de monarquía absoluta con teocracia suní de la cepa de seguidores del clérigo Muhammad ibn Abd-al-Wahhab, aunque ellos se llaman “salafistas”, en referencia a “la forma correcta de actuar en función a las enseñanzas de píos predecesores”. La República Islámica de Irán es otra potencia hidrocarburífera, la más grande de la persuasión chií. La una en forma solapada, la otra abiertamente, ambas nutren el fenómeno de la ‘Jihad’, (guerra santa) que es “según ellos, la única forma de rehabilitar a los occidentales es asesinarlos
en número suficiente para que su conversión y sumisión sea verdadera y humilde”.
Reduciendo el sangriento conflicto en el Medio Oriente al tipo de persuasión religiosa y a la geopolítica, es intento de extremistas suníes, rivales de al Qaeda, de revivir un califato islámico, léase teocracia coránica, en territorios árabes que potencias europeas dividieron y se repartieron en el siglo pasado, en lo que son Iraq, Siria y Líbano. ¿Qué es el ISIS, sino el Islamic State in Iraq and Siria de variante suní? Como apuntó Arturo Pérez Reverte, “¡es la guerra santa, idiotas!”
Reduciendo el sangriento conflicto en el Medio Oriente al tipo de persuasión religiosa y a la geopolítica, es intento de extremistas suníes, rivales de al Qaeda, de revivir un califato islámico, léase teocracia coránica, en territorios árabes que potencias europeas dividieron y se repartieron en el siglo pasado, en lo que son Iraq, Siria y Líbano. ¿Qué es el ISIS, sino el Islamic State in Iraq and Siria de variante suní? Como apuntó Arturo Pérez Reverte, “¡es la guerra santa, idiotas!”
¿Y en Bolivia? Bueno, el fundamentalismo aimara (cosa mala) es deformación extremista de legitimar culturas ancestrales (cosa buena), de las que hay 36 en la nueva Constitución, pero con el aparente designio de que la primera entre iguales, sería la aimara lanzada a conquistar el multicultural país. A revalorizar las culturas ancestrales se opone el resentimiento acomplejado de siglos de explotación: exige tratar cada caso étnico sin idealizar. Aún más perniciosa es la impostura del que habla de un modo y actúa de otro, que los indígenas de tierras bajas pudieran achacar a los que mandan hoy. De toda forma, “el indianismo de este Gobierno es de caricatura”, critica la socióloga Silvia Rivera Cusicanqui. Después del éxito electoral queda la velada amenaza de renovar falaces cambios con imposición étnica en desmedro de todos los ciudadanos.
Ojalá que no sea dando cuerda a extremismos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario