En 2009 refundó el país con ese propósito y en 2013 hizo que el Tribunal Constitucional interpretara la nueva Carta Magna, que prohíbe más de dos mandatos consecutivos, de tal modo que el primer mandato no se tuviera en cuenta porque aquel era, literalmente, otro país. Ya veremos qué recurso emplea en 2019 para prolongar su mandato más allá de 2020, fecha en que habrá sido el gobernante más longevo de la historia republicana.
De todos los países populistas autoritarios, la Bolivia de Evo es, junto con la Nicaragua de Ortega, el que más estabilidad y hegemonía política ha conseguido simultáneamente. Le sigue de cerca Rafael Correa. Muy lejos están Venezuela y Argentina, donde no se da ni en sueño esa combinación perfecta (en el primer caso hay hegemonía sin estabilidad, en el segundo semi hegemonía con inestabilidad). La razón es obvia: los ingresos por exportaciones, en gran parte gracias al gas natural, han pasado de US$ 1.600 millones a US$ 11.000 millones en una década y el gobierno ha multiplicado por 10 la captación de regalías. Con ese dinero ha utilizado una combinación de métodos persecutorios, intimidatorios o comerciales para reducir a la oposición y mantener a amplios sectores del país en estado de gratitud por los “bonos” de distinto tipo que reparte.
Ha conseguido incluso domesticar a los empresarios de Santa Cruz, sus enemigos más enconados, con quienes pactó en 2013 y que mientras ganen dinero no parecen dispuestos a inmolarse por un propósito político que ven imposible.
A todo ello hay que añadir que Evo ha utilizado astutamente el reclamo marítimo contra Chile. No sólo movilizó el sentimiento nacional con la demanda en La Haya basada en los “derechos expectaticios”: también logró captar/cooptar a adversarios como Carlos Mesa, vocero de la causa.
¿Qué cabe esperar? Por lo pronto, más de lo mismo, sólo que peor: los contratos de gas con Brasil no vencen hasta 2019 (y otro con Argentina, hasta 2027), lo que garantiza unos ingresos suculentos para el gobierno aun en este contexto internacional complicado para América Latina. Da una idea de la distorsión que los hidrocarburos producen en la economía boliviana, que tiene escasa inversión privada, el hecho de que este año ese país sea el segundo en crecimiento en toda la región. La bancada parlamentaria apabullante con la que Morales sale de estos comicios, el control directo que ha establecido sobre los medios de comunicación, la cooptación de muchas organizaciones de base, la desmotivación del empresariado cruceño en la lucha democrática y la división opositora permiten presagiar que Palacio Quemado seguirá siendo una aplanadora.
Ello dará a Evo vía libre para la política exterior que le gusta: la esporádica provocación a Chile, la hostilidad contra la Alianza del Pacífico, la campaña para que Cuba esté en la Cumbre de las Américas y el alineamiento con los dos países populistas cuyos gobiernos están en problemas por la magnitud de la crisis que soportan: Venezuela y Argentina. Esa política exterior, por cierto, no irá demasiado lejos, dada, precisamente, la limitación que imponen a Venezuela y Argentina sus respectivas recesiones y divisiones internas. Para no hablar del revés que sufriría si Aécio Neves logra desalojar a Dilma Rousseff de Planalto y se debilita el soporte que Brasil ha dado a los amigos del Alba en distintos momentos y de distinta forma.
Por eso no quita lo importante: desde Palacio Quemado, Evo otea su propia eternidad presidencial.
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