Afuerza de muchos años de escribir columnas periodísticas uno constata que ya gastó lo poco que conocía sobre el gran patrimonio cultural materializado en las columnas arquitectónicas. Por ejemplo las míticas columnas de Hércules que acompañan simbólicamente el escudo nacional español como la divisa de los navegantes y descubridores: plus ultra “más allá”. Las columnas de la Acrópolis de Atenas; la doble columnata que diseñó Bernini en forma de brazos abiertos a los peregrinos antes de ingresar a la basílica de San Pedro del Vaticano, a modo de brazos que acogen a los peregrinos, y otras muchas para mí desconocidas.
Esta vez me pongo a escribir a vuela pluma, a ver qué sale. De tanto oírlo repetir, me viene a la mente la palabra “cambio”. Para ilustrar este concepto traigo lo escrito por el politólogo francés Georges Burdeau aplicado a nuestra circunstancia. La intención de los-permítanme la broma- ¿cambistas? fue el cambio de las estructuras de toda la sociedad y del Estado con el fin de lograr un mejor rendimiento de la maquinaria estatal y, con ello, beneficiar a la ciudadanía en general, con justicia y equidad. Pero los desafíos propios del oficio de gobernar, sumados a las limitaciones o la ineptitud de sus gestores, tergiversaron aquellos nobles objetivos. La maquinaria estatal no dio los frutos soñados. Se convirtió en una máquina de rellenar la administración pública con nuevos funcionarios no siempre por su aptitud sino por su filiación partidista. El cambio enriqueció y sigue enriqueciendo a muchos de sus promotores. Quizá crió una nueva clase, la clase media masista, la que compra coches de buena marca, departamentos en toda la ciudad, incluso hermosas residencias con jardín en las urbanizaciones elegantes.
Esta vez me pongo a escribir a vuela pluma, a ver qué sale. De tanto oírlo repetir, me viene a la mente la palabra “cambio”. Para ilustrar este concepto traigo lo escrito por el politólogo francés Georges Burdeau aplicado a nuestra circunstancia. La intención de los-permítanme la broma- ¿cambistas? fue el cambio de las estructuras de toda la sociedad y del Estado con el fin de lograr un mejor rendimiento de la maquinaria estatal y, con ello, beneficiar a la ciudadanía en general, con justicia y equidad. Pero los desafíos propios del oficio de gobernar, sumados a las limitaciones o la ineptitud de sus gestores, tergiversaron aquellos nobles objetivos. La maquinaria estatal no dio los frutos soñados. Se convirtió en una máquina de rellenar la administración pública con nuevos funcionarios no siempre por su aptitud sino por su filiación partidista. El cambio enriqueció y sigue enriqueciendo a muchos de sus promotores. Quizá crió una nueva clase, la clase media masista, la que compra coches de buena marca, departamentos en toda la ciudad, incluso hermosas residencias con jardín en las urbanizaciones elegantes.
Ahora bien, me pregunto si, después de que el Gobierno capturó a ciertos malandrines de alto voltaje ¿Quién es el guapo que identifica a los que todavía se llevan las mejores flores de los jardines del poder, y cómo atesoran o invierten las flores recolectadas? Cosas semejantes las he dicho y repetido muchas veces. Lo mismo que varios excelentes columnistas nos han informado de la ausencia o la extravagancia de la política exterior, un triste plagio de “Las mil y una noches”. O los viajes de autoridades del Estado al exterior, especialmente al extremo oriente, pero sin el provechoso periplo de Marco Polo descubridor del camino de la seda a incluso, según se dice de los espaguetis que luego difundieron por todo el mundo los buenos cocineros italianos.
No escribiré nada nuevo si menciono el chanchullo del Mutún en el que los asiáticos cambiaron los papeles pues hicieron “hacer el indio” a los indios bolivianos (aquí no hay versión indigenista). Otros conspicuos columnistas económicos nos ilustrarán sobre los compromisos de pagos millonarios a China por unas barcazas y remolcadores, destinados a la prometedora actividad de integrar económicamente la región amazónica que Bolivia comparte con sus vecinos atlánticos. Espero que nos expliquen la combinación intercontinental del Mutún y las barcazas chinocoreanas.
Escribí abundante pero no suficiente sobre el peso de la injusticia, sobre los inacabables procesos contra ciudadanos a quienes se atornilla y machaca con procesos kafkianos que agotan sus fuerzas físicas y recursos económicos. Pongo dos ejemplos. Leopoldo López y José María Bakovic. Creo que con lo dicho hasta aquí, el ilustrado lector podrá recordar lo ya escrito en otras oportunidades.
No escribiré nada nuevo si menciono el chanchullo del Mutún en el que los asiáticos cambiaron los papeles pues hicieron “hacer el indio” a los indios bolivianos (aquí no hay versión indigenista). Otros conspicuos columnistas económicos nos ilustrarán sobre los compromisos de pagos millonarios a China por unas barcazas y remolcadores, destinados a la prometedora actividad de integrar económicamente la región amazónica que Bolivia comparte con sus vecinos atlánticos. Espero que nos expliquen la combinación intercontinental del Mutún y las barcazas chinocoreanas.
Escribí abundante pero no suficiente sobre el peso de la injusticia, sobre los inacabables procesos contra ciudadanos a quienes se atornilla y machaca con procesos kafkianos que agotan sus fuerzas físicas y recursos económicos. Pongo dos ejemplos. Leopoldo López y José María Bakovic. Creo que con lo dicho hasta aquí, el ilustrado lector podrá recordar lo ya escrito en otras oportunidades.
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