Vencer la tentación de expresar lo que pienso del "triunfo" de Chávez el domingo pasado, es un ejercicio que puso a prueba mi escasa voluntad. Pero el hecho ha despertado en todos los que vivimos bajo una etiqueta que muchos ni buscamos ni deseamos, necesidad de reflexionar y encarar la realidad hacia el futuro. Todos y cada uno tenemos con seguridad, una visión particular sobre lo sucedido. Atenta a la televisión y al mismo tiempo explorando fuentes alternativas de información vía internet, pude percibir a mi singular manera de ver, varios momentos de la culminación del proceso electoral emitiendo mensajes muy contradictorios. Los semblantes en el comando de campaña de Chávez, denotaban tal gravedad, que desmentirían en sí mismas, que el porcentaje haya sido en realidad lo develado minutos más tarde por el oficialista ente electoral. Algún día, como los expedientes X, se sabrá lo que en verdad pasó a puerta cerrada en ese par de horas decisivas. Las elecciones extranjeras antes de esta, nunca habían concitado tanta atención. Es claro que la relación tan estrecha entre presidentes y la catequesis bolivariana que se extendió por nuestro país, no nos podían dejar para nada indiferentes.
La demagogia institucionalizada rinde sus frutos, ni duda cabe. El seguimiento fundamentalista de una población en cierto grado masoquista que logra que se mantenga en el letargo su derecho a vivir en total libertad, es muy curioso. No creí posible que se soslayaren las preguntas de una inflación superior al 25%; una monofuente de información; una violencia criminal sin parangón y ningún derecho a acceder a los misterios insondables de los despilfarros gubernamentales.
Venezuela -al igual que el resto de Latinoamérica- está atravesando un momento que podría denominarse "de oro" en función a los altísimos precios de las materias primas que abundan en estas benditas latitudes y la inmensa demanda de mercados ávidos. El que algunos se emborrachen ante la avalancha de dólares y la dispongan a discreción, es el mayor pecado que los autodenominados "progresistas" están cometiendo contra sus naciones. Qué quedará de lo que están sembrando es lo que se está escribiendo con tinta indeleble, como fueron escritas las negras páginas de las dictaduras militares.
El denominador común de todos ellos, es sobre todo la persistente búsqueda de perpetuación. Algunos más que otros, por la inquietante intuición que pueden terminar en la cárcel o en el exilio y necesitan ganar tiempo de exención. La hasta ahora disimulada y bajo perfil miembro del club, Cristina Kirchner, ha desbordado con los resultados del domingo y como una enamorada desenfrenada, llenó su Twitter de apasionados mensajes de total adscripción a la causa bolivariana y a su generoso mentor. Su obsesión del momento, es la reforma constitucional que le permita ser reelegida. El patrón está comenzando a cansar infinitamente. Y los cacerolazos de protesta en su contra se escucharon hasta en la Quinta Avenida. En los días y momentos previos a las elecciones, el nerviosismo se percibía en el aire circundante a las casas de gobierno. Por lo que esta bocanada de oxígeno les ha llenado de alegría y, por supuesto, de triunfalismo ajeno.
Craso error sería apoyarse en la experiencia venezolana para pavonease y perder la perspectiva de las realidades e idiosincrasias propias de cada pueblo. Bolivia no es Venezuela, ni Kirchner es Chávez. Los petrodólares que permiten esas políticas asistencialistas que no crean trabajo, ni dan salud ni proveen educación, no son de dominio común.
Se están obviando los grandes emprendimientos que provean de ingresos sustentables y perdurables. Si bien Chávez se ha comportado como el pariente nuevo rico en su ansia de pleitesía y que adora la envidia que despierta, repartió entre sus cófrades una parte de sus caudales, éstos están condenados a esclarecerse tanto para donante como para beneficiarios. El clientelismo político es como los atajados en el campo: pletóricos cuando abunda el agua y a nivel de supervivencia cuando ésta escasea. La tentación de usar la experiencia ajena, debe ser una muletilla psicológica importante cuando las estanterías no son lo suficientemente sólidas como se pretende.
Esos decretos cesaristas-presidenciales, cobrarán en estos días un renovado entusiasmo al abrigo de la euforia por la suerte del vecino. Será notable la incitación a adquirir nuevas poses grandilocuentes y decisiones agigantadas de sus propias posibilidades. Desde ya, el errático relacionamiento exterior con el resto del mundo -más allá de este círculo más vicioso que virtuoso que se ha denominado del Siglo XXI- está ocasionando una suerte de ostracismo de consecuencias imprevisibles en el futuro cercano.
Por otra parte, mirando lo acontecido desde otro ángulo del escenario, el que la mitad de los ciudadanos venezolanos hayan abandonado el temor, enfrentado posibles represalias y se hayan expresado con total claridad, es una gran señal para los que aún están acumulando presión sin hallar una válvula de escape. La siempre aludida sabiduría popular, va percibiendo las señales inequívocas de la irremediable extinción de los procesos. El péndulo, es inexorable. Hay conductas del poder que jamás logran ni perdón, ni olvido.
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