El populismo, que ahora también quiere convertirse en religión, parece decaer a partir de la muerte de Hugo Chávez y las consecuentes manifestaciones del pueblo venezolano o las recientes elecciones primarias en Argentina, donde el kirchnerismo confirma su debilitamiento.
Lo cierto es que el populismo en Latinoamérica ha sido en la última década la alternativa más atractiva para gobiernos que se proclaman socialistas de izquierda con un discurso marcadamente antiimperialista, aunque en los hechos la supuesta lucha anticapitalista no haya pasado del simple discurso.
El populismo está lejos de ser una ideología política concreta. Éste se transforma y adopta formas y relatos distintos según las circunstancias. El populismo ha sido un rasgo característico de sistemas totalitarios donde lo esencial es el apoyo y la movilización de las masas.
Los gobiernos fascistas - a diferencia de las dictaduras tradicionales - requieren de los aplausos y los gritos de entusiasmo del ‘’pueblo’’, esa entidad supraindividual que al no poder concretarse en la realidad, es representada a través de un líder carismático que, con un relato místico muy alejado de la realidad, las mantiene sumisas y controladas.
La exaltación del pueblo no es más que un pretexto que utiliza la élite de un partido con ambiciones de dominar a la sociedad, gozar de poder y privilegios, mientras que el ‘’pueblo’’ goza de efímeras y temporales mejoras. Cuando hay muchas reservas para repartir es el momento clave para que las políticas populistas surjan.
En Argentina, por ejemplo, las reservas acumuladas durante la guerra hicieron posible la fiesta peronista en la década de los cuarenta y lo que hoy permite el resurgimiento del neopopulismo de Venezuela y toda la banda bolivariana. De no ser por el alza de los precios de materias primas como el petróleo, el gas y la soya, quizás la repartija y el clientelismo popular, la compra de aviones y demás gastos estrafalarios no serían posibles.
Lo que llama la atención de estos gobiernos autodenominados como socialistas es que a la vez que proclaman la unidad de los pueblos sus acciones políticas se sustentan en la polarización de la sociedad, hecho claro en nuestro país donde se hace todo por acorralar cualquier vestigio de disenso; o en Argentina donde la política oficialista se ha infiltrado hasta en los rincones más íntimos de la vida privada, donde es imposible pensar distinto sin ser considerado un traicionero de la patria.
Si bien es posible observar un leve debilitamiento del bloque bolivariano, resulta muy arriesgado decir que es el fin del ciclo, como proclaman algunos opositores del kirchnerismo. Uno de los rasgos esenciales del populismo es el culto y la admiración por el líder. Lo vemos en los actos multitudinarios que organizan y las grandes puestas en escena donde se abusa del término pueblo, como si éste fuera la gente concentrada en una plaza o un acto político. El relato emotivo, el nacionalismo extremo, el odio por un enemigo en común – el imperialismo y el capitalismo perverso – son los condimentos básicos de su política, que más que eso se convierte en una suerte de fundamentalismo religioso.
Pero, ¿cuánto tiempo puede el ‘’pueblo’’ entusiasmarse por una causa o rendirle culto a un líder? La figura de Fidel Castro fue sucedida por la de Chávez. Con la muerte de éste es evidente la crisis emocional que viven los bolivarianos, mientras no surja el líder que interprete nuevamente la ‘’sabiduría de las masas’’.
Lo cierto es que el populismo en Latinoamérica ha sido en la última década la alternativa más atractiva para gobiernos que se proclaman socialistas de izquierda con un discurso marcadamente antiimperialista, aunque en los hechos la supuesta lucha anticapitalista no haya pasado del simple discurso.
El populismo está lejos de ser una ideología política concreta. Éste se transforma y adopta formas y relatos distintos según las circunstancias. El populismo ha sido un rasgo característico de sistemas totalitarios donde lo esencial es el apoyo y la movilización de las masas.
Los gobiernos fascistas - a diferencia de las dictaduras tradicionales - requieren de los aplausos y los gritos de entusiasmo del ‘’pueblo’’, esa entidad supraindividual que al no poder concretarse en la realidad, es representada a través de un líder carismático que, con un relato místico muy alejado de la realidad, las mantiene sumisas y controladas.
La exaltación del pueblo no es más que un pretexto que utiliza la élite de un partido con ambiciones de dominar a la sociedad, gozar de poder y privilegios, mientras que el ‘’pueblo’’ goza de efímeras y temporales mejoras. Cuando hay muchas reservas para repartir es el momento clave para que las políticas populistas surjan.
En Argentina, por ejemplo, las reservas acumuladas durante la guerra hicieron posible la fiesta peronista en la década de los cuarenta y lo que hoy permite el resurgimiento del neopopulismo de Venezuela y toda la banda bolivariana. De no ser por el alza de los precios de materias primas como el petróleo, el gas y la soya, quizás la repartija y el clientelismo popular, la compra de aviones y demás gastos estrafalarios no serían posibles.
Lo que llama la atención de estos gobiernos autodenominados como socialistas es que a la vez que proclaman la unidad de los pueblos sus acciones políticas se sustentan en la polarización de la sociedad, hecho claro en nuestro país donde se hace todo por acorralar cualquier vestigio de disenso; o en Argentina donde la política oficialista se ha infiltrado hasta en los rincones más íntimos de la vida privada, donde es imposible pensar distinto sin ser considerado un traicionero de la patria.
Si bien es posible observar un leve debilitamiento del bloque bolivariano, resulta muy arriesgado decir que es el fin del ciclo, como proclaman algunos opositores del kirchnerismo. Uno de los rasgos esenciales del populismo es el culto y la admiración por el líder. Lo vemos en los actos multitudinarios que organizan y las grandes puestas en escena donde se abusa del término pueblo, como si éste fuera la gente concentrada en una plaza o un acto político. El relato emotivo, el nacionalismo extremo, el odio por un enemigo en común – el imperialismo y el capitalismo perverso – son los condimentos básicos de su política, que más que eso se convierte en una suerte de fundamentalismo religioso.
Pero, ¿cuánto tiempo puede el ‘’pueblo’’ entusiasmarse por una causa o rendirle culto a un líder? La figura de Fidel Castro fue sucedida por la de Chávez. Con la muerte de éste es evidente la crisis emocional que viven los bolivarianos, mientras no surja el líder que interprete nuevamente la ‘’sabiduría de las masas’’.
La exaltación del pueblo no es más que un pretexto que utiliza la élite de un partido con ambiciones de dominar a la sociedad, gozar de poder y privilegios, mientras que el ‘’pueblo’’ goza de efímeras y temporales
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