Las noticias referentes a la relajación del control a empresas públicas precipitaron un aguacero de dudas en mi suspicaz magín. ¿No era que la ley Safco pretendía, si no cortar uñas, a lo menos disuadir a podridos burócratas que hacen del servicio público un medio de pasarla bomba con las coimas, algunas conocidas como ‘timbres de aceleración’?
El aguacero pasó a tormenta que colmata drenajes llenos de basura y convierte en ríos las calles, tumbando casas de magros cimientos. ¿No era que la ley Safco hacía más difícil ese deambular de ratas gestoras de corruptas tajadas –tanto para vos, tanto para mí– en contratos de bienes y servicios estatales?
La nueva Ley de la Empresa Pública procura fomentar condiciones para desarrollar el capitalismo de Estado, dotando de un marco normativo más relajado para la gestión de las empresas estatales. ¿No era que la ley Safco, ahora tildada de ‘draconiana’, fue promovida por entes y gobiernos internacionales cansados de que sus préstamos concesionales y/o donaciones enriquecieran a ejecutivos corruptos?
El porcentaje de ineficientes empresas del Estado, plagadas de calienta-asientos supernumerarios de los partidos de gobierno y contratos dolosos que enriquecen a los capos de turno, bajó a media docena durante los regímenes del aborrecido neoliberalismo. Subió a 35 por ciento en el llamado “gobierno del cambio” –relevo de rateros, digo yo– y pronostico que llegará a la mitad, si no más, si es que continúa la mayoría legislativa de levanta-manos del prorroguismo autócrata actual. Es una nueva cepa de dictadura que toleran deformadas democracias populistas en pueblos ignorantes, o adictos a las prebendas, también digo yo.
Me inunda el escepticismo. ¿Acaso el nuestro no es el país de las apariencias? Un Ministerio de Transparencia que más parece mastín que ataca y muerde al que ordenan los mandamases. ¿No vale más la ‘muñeca’ que los méritos y la honradez? Un íntimo de poderosos, vivillo en su primera pega, luego pillado con la mano en la lata en contrato de una inmensa estatal, es premiado con embajada en un país afín en lo político, y después lo nombran mandamás de un proyecto que hace reír por fuera, y llorar por dentro: ¿no es un sospechoso de siempre?
Recalo en doliente cavilar sobre un amigo, cuya memoria no me cansaré de recordar. Fue un boliviano ejemplar que pudiendo gozar de funcionario internacional jubilado, aceptó que el Congreso le nombre Presidente del estatal Servicio de Caminos (SNC). Por ruegos de la cooperación externa, cansada tal vez de engordar a gestores de tajadas corruptas en anteriores gobiernos, se institucionalizó por primera vez el nombramiento del que presidía la construcción de caminos en la invertebrada Bolivia. Hablo de José María Bakovic, por supuesto. En su gestión de cuatro años se contrataron, iniciaron y construyeron más caminos que en los cuarenta años precedentes. Años más tarde, abatido, se consolaba: “soy consecuente, aunque tenga que sufrir este calvario por hacer de Bolivia un país integrado e integrador con carreteras”.
En su discurso de posesión como Presidente de los bolivianos, Evo Morales mostró la hilacha de autócrata decidor de zonceras irresponsables. Condenó a José María Bakovic, ignorando el principio universal de presumir inocencia hasta que de acuerdo a ley se demuestre lo contrario. Una vez castrado el Poder Judicial, quizá so pretexto de incluir gente otrora excluida por su color de piel, afinaron el acoso judicial como medio de perseguir opositores mediante obsecuentes partidarios. O como en el caso de un apolítico Bakovic, se lo inauguró como medio de sacar del camino a titulares probos.
No voy a enlodarme con la bajeza de subalternos de Bakovic que sirvieron de traicionero puñal; alejados de la luz pública, quizá gozan de la canonjía de otros cargos gubernamentales. No ayuda mi edad y mi indisciplina, pero pido a Dios que estimule mi musa y conceda el tiempo, la salud y la energía para describir tan afiebradas circunstancias, culminadas en que un hipertenso caballero setentón, que sufrió enhiesto sin sentencia alguna más de un lustro de ajetreos judiciales en varias ciudades, fuera condenado a muerte forzando su viaje a la altura, siendo que lo desaconsejaban revisiones de galenos especialistas.
Sin embargo, vinculo contrasentidos como la ley Safco y la norma que relaja controles a empresas estatales, con la selección institucionalizada de ejecutivos de acuerdo a idoneidad y honestidad personales. Son temas que traen a colación el affaire Bakovic, originado en un régimen que lo defenestró, tal vez por seguir el camino de la corrupción. En tal entrevero, no abandono mi formación académica y lanzo la hipótesis de que las tajadas corruptas permiten a partidos de gobierno rellenar sus arcas con ‘coimisiones’, ya que hacer política cuesta plata, peor si demagógica. Decía Paz Estenssoro que el poder era poderoso afrodisíaco; seguro estoy que también es un medio de llenarse los bolsillos. Todo lamentable y censurable.
Ilumina mi sendero la convicción de que las cuestiones personales que amargaron la vida de José María Bakovic, desembocan como el arroyo en el río, en repetición continua que les convierte en problemas sociales en ámbitos corruptos del abuso del poder. Decía C. Wright Mills que tal interrelación es el meollo de la imaginación sociológica, que, en países como Bolivia, exponen periodistas a veces acosados, o apuntan escritores que pocos leen, y menos comprenden.
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