Cuando se llegó al consenso de que Bolivia debía cambiar, la idea dominante era llevar adelante una revolución moral basada en valores como la honestidad, la dignidad, la soberanía y se embanderaron los grandes paradigmas incaicos: “no seas mentiroso, no seas flojo, no seas ladrón”. Durante bastante tiempo hemos escuchado la revalorización de lo indígena, de lo natural, lo ecológico y el “vivir bien” fue propuesto como un concepto diferente al confort materialista, y lo que supuestamente se buscaba era la armonización entre el bienestar económico, la naturaleza, el aspecto social y espiritual.
La nueva camada de líderes se vendió como la esencia de esos valores, que dicho sea de paso, son los que están en boga en el mundo que busca frenar el consumismo destructivo. Los indígenas, los representantes del socialismo del Siglo XXI, los comunitaristas y sindicalistas que tomaron el poder fueron asimilados como el sustrato del nuevo orden, la reserva moral que necesitaba el país, sumido en la corrupción, en el abuso y el desorden.
No hace falta ser político, intelectual o experto para darse cuenta que donde no hay valores, el dinero pierde sus posibilidades de transformación, porque no hay rumbo, no existen prioridades y tampoco límites para la búsqueda y el uso que se le da el metal. “La plata va y viene, el individuo queda”, dice el refrán.
Es llamativo que hoy, esos mismos “agentes del cambio” no tengan otro discurso más que el económico para definir la “revolución” llevada adelante desde el 2005. “Hay plata, estamos bien”, “circula dinero en las calles, estamos mejor”, “han reservas, no hay de qué preocuparse”, “las exportaciones siguen subiendo, no se preocupen”, se repite hasta el cansancio.
No vamos a discutir aquí si la bonanza económica que vive el país es fruto de la pericia de los anteriores o los actuales gobernantes, pero es indispensable tomar en cuenta qué tipo de valores el boliviano común está observando detrás de ese dinero que cae a raudales.
Precisamente uno de los daños más serios que se hace con este concepto es que el dinero nos llega sin el menor esfuerzo, que simplemente fue obra y gracia de unos iluminados que lucharon y se sacrificaron por todos nosotros y que consiguieron la recuperación de los recursos naturales y que gracias a ellos va a alcanzar para todos, que vamos a vivir bien y que no necesitamos esforzarnos porque vivimos una “época de oro” indefinida.
Otra de las ideas fuerza y todavía más perniciosa es que en Bolivia no importa cómo se consiga el dinero, con tal de que sirva para satisfacer las necesidades básicas. Los líderes suelen repetir que no combaten delitos graves como el contrabando, la venta de ropa usada, la siembra de coca ilegal, los autos indocumentados y la protección del narcotráfico “por cuestiones sociales”, porque quienes incurren en esas faltas son pobres y merecen toda la consideración. La permisividad que existe hoy con la economía ilegal es una pésima pedagogía para las futuras generaciones; estamos fomentando la mentalidad transgresora del boliviano y lo peor de todo es que todos seguiremos siendo pobres como siempre, salvo algunos, los de siempre, que tienen larga trayectoria en el asalto y el saqueo y ahora actúan con cuello blanco.
Más pernicioso es todavía cuando el Estado se porta indolente con los que trabajan, se esfuerzan y cumplen, como sucede con un colegio a punto de cerrar y son excesivamente complacientes con los infractores.
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